Por Oniel Moisés Uriarte.
Hace algunos años escribí sobre el escultor cubano Nilo Manrique a raíz de presentar una exposición conjunta con el pintor cubano Joaquín González y en aquellos momentos estuve tentado en varios momentos a escribir también sobre su participación en el programa televisivo Supervivientes de Tele cinco, donde finalmente ganó la edición. Y es que viendo a Manrique, conociéndolo personalmente, su participación en este espacio me trajo muchos recuerdos de Cuba, recuerdos que afloraron a mi mente, y vuelven a la actualidad viviendo la crisis que hoy atravesamos en España y que por supuesto despierta y agudiza el ingenio de los españoles, algo que ya muy bien conocemos los cubanos.
En la pequeña pantalla los cubanos por España, con Nilo, tuvimos la posibilidad de vernos bien representados, tal vez dado su espíritu de superviviente natural y me reía con unos amigos cuando le endilgaban el cartelito de superhéroe, ya que evocaba la figura del pescador luchador allá en las playas del Este dela Habana o en Varadero, saliendo desde bajo del agua para ofrecer a los turistas el pescado fresco o las langostas recién capturadas, una manera muy cubana en tiempos modernos, de supervivir a la crisis económica que atraviesa la Isla.
Tu ve la suerte de vivir desde adentro la escasez del Periodo Especial y digo suerte porque me preparé inconscientemente a coexistir con austeridad, algo que me sirvió para los años que siguieron después y muy en particular los vividos fuera de Cuba. Hoy recuerdo con toda claridad aquellos años en que un dólar valía al cambio en el mercado negro 150 pesos de nuestra devaluada moneda nacional. Aquellos si fueron momentos de verdadera supervivencia, escaseaba la harina para el pan, pero el ingenio popular la sustituyó por Harina de batata o de boniato como le decimos en Cuba. En vez de apagones teníamos alumbrones y con una batería de camión se podía hacer una pequeña planta eléctrica para dar energía a unas pocas bombillas y algún pequeño radio para escuchar por FM la telenovela de turno. Las bicicletas comenzaron a rodar más rápido cuando algún avivado le colocó el motor de un equipo de fumigación acoplado a los platos cadena y pedales. Por aquellos años surgieron los camellos, monstruos rodantes que han servido para transportar en su interior, cifras incalculables de pasajeros habaneros. En el interior del país las cosas se hicieron aún más difíciles, volvieron a enyuntarse los bueyes, los tractores halando carretas sirvieron de transporte público, las bicicletas se convirtieron en protagonistas en los pueblos, el jabón para lavar se obtenía mezclando químicas naturales, el café se mezclaba con chicharo (guisantes) para aumentarlo y así diera para más coladas. En la ciudad se criaron pollitos y en los apartamentos, cerdos en los baños, los coches se arrancaban una vez a la semana como para no olvidar el sonido del motor o lamentar roturas por inútiles. Aquello era la supervivencia total y generalizada, pocos escapaban a la crisis, por lo que se hacían solidario hasta los olores.
Recuerdo que yo vivía en el reparto Alamar, ubicado al este de la capital y cuando subía las escaleras con destino a mi casa ya sabia lo que me esperaba para comer, porque todos cocinábamos prácticamente lo mismo y el mismo día, porque era lo que llegaba al mercado y se distribuía mediante la libreta de abastecimiento o de racionamiento como se han dado en llamarles algunos, pero que gracias a ella los cubanos no nos comimos unos a otros en los momento más difíciles que se han vivido enla Isla. De ahí el ingenio aplicado a las vivencias, el picadillo de soja, la masa carnica, el cerelax, (todos estos eran inventos alimenticios con los que se creaban distintos platos) y de ingenio e ingeniosos estábamos abundantes, hubo quién quiso pasarse de listo e inventar pizzas de látex picado sustituyendo al queso o bistec de fibra vegetal (con la que se fabricaban las frazadas de piso) o de corteza de pomelo (toronja) a todos estos la viveza paso factura.
El ingenio y la constancia fue talvez lo que hizo que la escasez y penurias se pudieran sobrellevar, a cada descosido un buen remiendo, a grandes males, grandes soluciones y hoy recuerdo un personaje que se montó su propia fabrica de ingeniosas soluciones para palear la situación y conseguir algunos dólares en buena lid. Fue en Varadero, el era de la ciudad de Cárdenas y desde allí llegaba todos los día bien temprano para plantarse en un lugar algo solitario de la playa por donde pasaban los turistas hospedados en un viejo hotel a pocos metros de la orilla, el se ubicaba a la sombra de los pinos donde sobre una piedra lisa en su parte superior colocaba un tablero de ajedrez y se sentaba sobre un pequeño banco plegable distribuía las piezas y apoyando la barbilla sobre la palma de la mano que a su vez descansaba sobre el pequeño brazo moreno curtido por el sol, adoptaba la pose del pensador y así se mantenía sin inmutarse hasta que caía un turista curioso, aficionado al juego ciencia, al que por supuesto invitaba a sentar frente a el en un desocupado banco también plegable, puesto allí con toda buena intención. Yo lo conocí porque un día esperaba la hora de una cita de trabajo y al verle en la arena solitario, callado y pensativo pensé que me agradecería la compañía, máxime que a mi también me gusta el ajedrez, así aprovechaba el tiempo echando una partidita y cual sería mi sorpresa al llegar a su lado y sin siquiera levantar la vista para mirarme, me susurró, algo imperativo, ¡dale soga la caballo y amárralo en otro potrero y muévete que me vas a pasmar el día! Y esto lo decía mientras en perfecto inglés le decía a un turista que se acercaba por detrás de mi. ¡Acérquese, juguemos una partida! El hombre con un poco de vergüenza me señalaba diciendo que no se preocupara que jugara conmigo, que el esperaba. Pero el ingenioso jugador cubano le respondía presto, ¡no hay problema amigo el ya se iba, le he ganado cinco partidas seguidas y ya se rindió, siéntese usted a ver si tiene más suerte y me gana! Mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla de Marlboro que le extendía su nuevo contrincante.
Entendí entonces el mensaje, aquella era su forma de supervivencia, de allí sacaba el diario para enfrentar el día a día y lo hacía sin causarle daño a nadie, además de ser algo tan ingenioso que ni la policía se metía con el y aquellos que como yo nos acercábamos, con total contundencia nos desalojaba, aquel era su terreno y como tal lo defendía. Aprendí una lección que no he olvidado en toda mi vida a partir de aquel momento, la que he aplicado convencido de su veracidad y ya estando en Madrid un amigo puso en mis manos un importante pensamiento del que no se su origen pero que es valiosísimo y lo reproduzco aquí tal como lo recuerdo, me refiero sin lugar a dudas a la constancia.
Nada en el mundo sustituye a la constancia. El talento no la sustituye, pues nada es tan corriente como los inteligentes frustrados. El ingenio tampoco, ya que resulta ser tópico el caso de los genios ignorados. Ni siquiera la educación sustituye a la constancia, pues el mundo está lleno de fracasados bien educados. Solamente la constancia y la decisión lo consiguen todo.
Esa fue la capacidad de Nilo, este cubano superviviente que considero dio lecciones de inteligencia, solidaridad, dignidad, decoro, decisiones y constancia.
En la pequeña pantalla los cubanos por España, con Nilo, tuvimos la posibilidad de vernos bien representados, tal vez dado su espíritu de superviviente natural y me reía con unos amigos cuando le endilgaban el cartelito de superhéroe, ya que evocaba la figura del pescador luchador allá en las playas del Este de
Tu
Recuerdo que yo vivía en el reparto Alamar, ubicado al este de la capital y cuando subía las escaleras con destino a mi casa ya sabia lo que me esperaba para comer, porque todos cocinábamos prácticamente lo mismo y el mismo día, porque era lo que llegaba al mercado y se distribuía mediante la libreta de abastecimiento o de racionamiento como se han dado en llamarles algunos, pero que gracias a ella los cubanos no nos comimos unos a otros en los momento más difíciles que se han vivido en
El ingenio y la constancia fue talvez lo que hizo que la escasez y penurias se pudieran sobrellevar, a cada descosido un buen remiendo, a grandes males, grandes soluciones y hoy recuerdo un personaje que se montó su propia fabrica de ingeniosas soluciones para palear la situación y conseguir algunos dólares en buena lid. Fue en Varadero, el era de la ciudad de Cárdenas y desde allí llegaba todos los día bien temprano para plantarse en un lugar algo solitario de la playa por donde pasaban los turistas hospedados en un viejo hotel a pocos metros de la orilla, el se ubicaba a la sombra de los pinos donde sobre una piedra lisa en su parte superior colocaba un tablero de ajedrez y se sentaba sobre un pequeño banco plegable distribuía las piezas y apoyando la barbilla sobre la palma de la mano que a su vez descansaba sobre el pequeño brazo moreno curtido por el sol, adoptaba la pose del pensador y así se mantenía sin inmutarse hasta que caía un turista curioso, aficionado al juego ciencia, al que por supuesto invitaba a sentar frente a el en un desocupado banco también plegable, puesto allí con toda buena intención. Yo lo conocí porque un día esperaba la hora de una cita de trabajo y al verle en la arena solitario, callado y pensativo pensé que me agradecería la compañía, máxime que a mi también me gusta el ajedrez, así aprovechaba el tiempo echando una partidita y cual sería mi sorpresa al llegar a su lado y sin siquiera levantar la vista para mirarme, me susurró, algo imperativo, ¡dale soga la caballo y amárralo en otro potrero y muévete que me vas a pasmar el día! Y esto lo decía mientras en perfecto inglés le decía a un turista que se acercaba por detrás de mi. ¡Acérquese, juguemos una partida! El hombre con un poco de vergüenza me señalaba diciendo que no se preocupara que jugara conmigo, que el esperaba. Pero el ingenioso jugador cubano le respondía presto, ¡no hay problema amigo el ya se iba, le he ganado cinco partidas seguidas y ya se rindió, siéntese usted a ver si tiene más suerte y me gana! Mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla de Marlboro que le extendía su nuevo contrincante.
Entendí entonces el mensaje, aquella era su forma de supervivencia, de allí sacaba el diario para enfrentar el día a día y lo hacía sin causarle daño a nadie, además de ser algo tan ingenioso que ni la policía se metía con el y aquellos que como yo nos acercábamos, con total contundencia nos desalojaba, aquel era su terreno y como tal lo defendía. Aprendí una lección que no he olvidado en toda mi vida a partir de aquel momento, la que he aplicado convencido de su veracidad y ya estando en Madrid un amigo puso en mis manos un importante pensamiento del que no se su origen pero que es valiosísimo y lo reproduzco aquí tal como lo recuerdo, me refiero sin lugar a dudas a la constancia.
Nada en el mundo sustituye a la constancia. El talento no la sustituye, pues nada es tan corriente como los inteligentes frustrados. El ingenio tampoco, ya que resulta ser tópico el caso de los genios ignorados. Ni siquiera la educación sustituye a la constancia, pues el mundo está lleno de fracasados bien educados. Solamente la constancia y la decisión lo consiguen todo.
Esa fue la capacidad de Nilo, este cubano superviviente que considero dio lecciones de inteligencia, solidaridad, dignidad, decoro, decisiones y constancia.