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martes, 3 de abril de 2012

Supervivientes.

Por Oniel Moisés Uriarte.

Hace algunos años escribí sobre el escultor cubano Nilo Manrique a raíz de presentar una exposición conjunta con el pintor cubano Joaquín González y en aquellos momentos estuve tentado en varios momentos a escribir también sobre su participación en el programa televisivo Supervivientes de Tele cinco, donde finalmente ganó la edición. Y es que viendo a Manrique, conociéndolo personalmente, su participación en este espacio me trajo muchos recuerdos de Cuba, recuerdos que afloraron a mi mente, y vuelven a la actualidad viviendo la crisis que hoy atravesamos en España y que por supuesto despierta y agudiza el ingenio de los españoles, algo que ya muy bien conocemos los cubanos.

En la pequeña pantalla los cubanos por España, con Nilo, tuvimos la posibilidad de vernos bien representados, tal vez dado su espíritu de superviviente natural y me reía con unos amigos cuando le endilgaban el cartelito de superhéroe, ya que evocaba la figura del pescador luchador allá en las playas del Este de la Habana o en Varadero, saliendo desde bajo del agua para ofrecer a los turistas el pescado fresco o las langostas recién capturadas, una manera muy cubana en tiempos modernos, de supervivir a la crisis económica que atraviesa la Isla.

Tu
ve la suerte de vivir desde adentro la escasez del Periodo Especial y digo suerte porque me preparé inconscientemente a coexistir con austeridad, algo que me sirvió para los años que siguieron después y muy en particular los vividos fuera de Cuba. Hoy recuerdo con toda claridad aquellos años en que un dólar valía al cambio en el mercado negro 150 pesos de nuestra devaluada moneda nacional. Aquellos si fueron momentos de verdadera supervivencia, escaseaba la harina para el pan, pero el ingenio popular la sustituyó por Harina de batata o de boniato como le decimos en Cuba. En vez de apagones teníamos alumbrones y con una batería de camión se podía hacer una pequeña planta eléctrica para dar energía a unas pocas bombillas y algún pequeño radio para escuchar por FM la telenovela de turno. Las bicicletas comenzaron a rodar más rápido cuando algún avivado le colocó el motor de un equipo de fumigación acoplado a los platos cadena y pedales. Por aquellos años surgieron los camellos, monstruos rodantes que han servido para transportar en su interior, cifras incalculables de pasajeros habaneros. En el interior del país las cosas se hicieron aún más difíciles, volvieron a enyuntarse los bueyes, los tractores halando carretas sirvieron de transporte público, las bicicletas se convirtieron en protagonistas en los pueblos, el jabón para lavar se obtenía mezclando químicas naturales, el café se mezclaba con chicharo (guisantes) para aumentarlo y así diera para más coladas. En la ciudad se criaron pollitos y en los apartamentos, cerdos en los baños, los coches se arrancaban una vez a la semana como para no olvidar el sonido del motor o lamentar roturas por inútiles. Aquello era la supervivencia total y generalizada, pocos escapaban a la crisis, por lo que se hacían solidario hasta los olores.

Recuerdo que yo vivía en el reparto Alamar, ubicado al este de la capital y cuando subía las escaleras con destino a mi casa ya sabia lo que me esperaba para comer, porque todos cocinábamos prácticamente lo mismo y el mismo día, porque era lo que llegaba al mercado y se distribuía mediante la libreta de abastecimiento o de racionamiento como se han dado en llamarles algunos, pero que gracias a ella los cubanos no nos comimos unos a otros en los momento más difíciles que se han vivido en la Isla. De ahí el ingenio aplicado a las vivencias, el picadillo de soja, la masa carnica, el cerelax, (todos estos eran inventos alimenticios con los que se creaban distintos platos) y de ingenio e ingeniosos estábamos abundantes, hubo quién quiso pasarse de listo e inventar pizzas de látex picado sustituyendo al queso o bistec de fibra vegetal (con la que se fabricaban las frazadas de piso) o de corteza de pomelo (toronja) a todos estos la viveza paso factura.
El ingenio y la constancia fue talvez lo que hizo que la escasez y penurias se pudieran sobrellevar, a cada descosido un buen remiendo, a grandes males, grandes soluciones y hoy recuerdo un personaje que se montó su propia fabrica de ingeniosas soluciones para palear la situación y conseguir algunos dólares en buena lid. Fue en Varadero, el era de la ciudad de Cárdenas y desde allí llegaba todos los día bien temprano para plantarse en un lugar algo solitario de la playa por donde pasaban los turistas hospedados en un viejo hotel a pocos metros de la orilla, el se ubicaba a la sombra de los pinos donde sobre una piedra lisa en su parte superior colocaba un tablero de ajedrez y se sentaba sobre un pequeño banco plegable distribuía las piezas y apoyando la barbilla sobre la palma de la mano que a su vez descansaba sobre el pequeño brazo moreno curtido por el sol, adoptaba la pose del pensador y así se mantenía sin inmutarse hasta que caía un turista curioso, aficionado al juego ciencia, al que por supuesto invitaba a sentar frente a el en un desocupado banco también plegable, puesto allí con toda buena intención. Yo lo conocí porque un día esperaba la hora de una cita de trabajo y al verle en la arena solitario, callado y pensativo pensé que me agradecería la compañía, máxime que a mi también me gusta el ajedrez, así aprovechaba el tiempo echando una partidita y cual sería mi sorpresa al llegar a su lado y sin siquiera levantar la vista para mirarme, me susurró, algo imperativo, ¡dale soga la caballo y amárralo en otro potrero y muévete que me vas a pasmar el día! Y esto lo decía mientras en perfecto inglés le decía a un turista que se acercaba por detrás de mi. ¡Acérquese, juguemos una partida! El hombre con un poco de vergüenza me señalaba diciendo que no se preocupara que jugara conmigo, que el esperaba. Pero el ingenioso jugador cubano le respondía presto, ¡no hay problema amigo el ya se iba, le he ganado cinco partidas seguidas y ya se rindió, siéntese usted a ver si tiene más suerte y me gana! Mientras sacaba un cigarrillo de la cajetilla de Marlboro que le extendía su nuevo contrincante.

Entendí entonces el mensaje, aquella era su forma de supervivencia, de allí sacaba el diario para enfrentar el día a día y lo hacía sin causarle daño a nadie, además de ser algo tan ingenioso que ni la policía se metía con el y aquellos que como yo nos acercábamos, con total contundencia nos desalojaba, aquel era su terreno y como tal lo defendía. Aprendí una lección que no he olvidado en toda mi vida a partir de aquel momento, la que he aplicado convencido de su veracidad y ya estando en Madrid un amigo puso en mis manos un importante pensamiento del que no se su origen pero que es valiosísimo y lo reproduzco aquí tal como lo recuerdo, me refiero sin lugar a dudas a la constancia.

Nada en el mundo sustituye a la constancia. El talento no la sustituye, pues nada es tan corriente como los inteligentes frustrados. El ingenio tampoco, ya que resulta ser tópico el caso de los genios ignorados. Ni siquiera la educación sustituye a la constancia, pues el mundo está lleno de fracasados bien educados. Solamente la constancia y la decisión lo consiguen todo.

Esa fue la capacidad de Nilo, este cubano superviviente que considero dio lecciones de inteligencia, solidaridad, dignidad, decoro, decisiones y constancia.

La Habana sobre cuatro ruedas.

La Habana sobre cuatro ruedas.
Boris Canto Bravo, Madrid.

"Almendrón" en las calles de La Habana.

Los taxistas de la ciudad sufren altísimos precios en el combustible.

Tiene el mayor parque de coches americanos de los 50´s en funcionamiento.

Como leones pelean por las presas que se aglutinan en las esquinas esperando poder iniciar su trayecto. Son los dueños de las calles, controlan cada nombre, cada glorieta, cada callejón, son los taxistas de La Habana.
Según el país que sea, esta profesión se practica sobre bicicletas, ciclomotores, caballos, góndolas, automóviles del año e incluso antiquísimos coches de inicios del siglo XX, como se puede ver en la capital caribeña.

Cuba ya es de por si un país sorprendente, tanto por sus cristalinas aguas y sus playas vírgenes como por sus trasnochadas construcciones detenidas en el tiempo, pero son las formas que las personas han adoptado para sobrevivir lo que más llama la atención. Los taxistas son un claro ejemplo de que hay para todos los gustos.
Encontramos a los legales y a los ilegales. Están los que cobran en la moneda nacional, el peso cubano, y aquellos que dan todos sus precios en CUC, el peso convertible, homologo del dólar en Cuba. Hay taxis estatales y taxis particulares, aunque los estatales no se sabe con certeza si lo son pues se las han arreglado para engañar al estado y cobrar lo que a los taxistas les viene en gana.

En La Habana existen los “almendrones”: son coches norteamericanos anteriores al triunfo de la Revolución cubana en el 1959 que han sido adaptados como taxis. También encontramos a “boteros” que son los conductores de estas antiquísimas naves tomadas por taxis. Su precio habitual es de 10 pesos cubanos, un equivalente a 45 céntimos de euro. La particularidad es que el cliente no escoge para donde va sino que se adapta al recorrido del taxista. Existen rutas fijas y piqueras oficiales, el cliente solo debe saber por que calle
pasa la ruta que mejor se adapta a su destino. Eso si, debe tener en cuenta que nunca irá solo pues todos los asientos se ocupan a lo largo del trayecto. Lo mismo se puede encontrar a un turista avispado que ha descubierto como moverse de forma económica, como a una madre sudorosa que carga a su hijo en brazos. ¿El resultado ? Un trayecto a veces más apretujado de lo normal y ser partícipe de un popurrí de olores de todos los viajeros que comparten el taxi. Sobre todo teniendo en cuenta que la temperatura media en la isla es de 28 grados centígrados y que la ciudad te reta constantemente a encontrar un espacio climatizado, casi inexistentes.

Se pueden ver circulando por las calles de la capital la variedad mas exquisita de coches de los años 50. El país cuenta con un parque automovilístico muy autóctono. Lo que en otras zonas son coches de colección y muy bien cuidados aquí se convierte en un medio de subsistencia. A veces es difícil saber como algunos se mantienen sobre sus cuatro ruedas sin apenas reparación pues los arreglos que se le hacen suelen ser remiendos que aseguran la rotura del día siguiente. Jose Alberto, botero desde hace 14 años relata acerca de su coche: “el motor es de un Fiat Iveco, la caja de cambios es de autobús, el diferencial es de Toyota y por ahí pa allá”. Estos inventos están de lo más justificados: “Así guapeo para conseguir los frijoles de los muchachos”.

Nadie imagina que un “traste” de esos que se ven por las calles de La Habana guarden en su interior un rompecabezas de piezas provenientes de modelos y marcas de todo tipo. El estado no resuelve la necesidad de encontrar respuestas a precios asequibles. Alejandro, un hombre ya sobre los 50 años y que denotaba gran experiencia en la profesión de transportar personas en su almendrón, dejó correr una afirmación muy cierta: “Dijo un pensador socialista que se llamó Federico Engels: una necesidad tecnológica vale por mil universidades.” El nivel de carestía del mantenimiento diario es muy alto en un auto de estos, Alejandro continua diciendo: “los coches se rompen mucho, las vías están muy malas, hay demasiados baches. Si las calles estuvieran como tienen que estar los coches duraran siglos.”

Hay algunos autos que son joyas, con tapizados originales, salpicaderos que parecen de plata y con todos sus relojes funcionando, en contraposición a los que apenas tienen timón, pedales y asientos. Los que parecen recién sacados de los concesionarios también tienen su mercado aparte. Sus dueños aprovechan los colores llamativos y la buena conservación para dar aireadas vueltas por el malecón habanero a precios de oro. Es normal ver pasar por las calles lujosos Chevrolets descapotables del 1954 con hermosas alemanas de cabellera rubia fotografiando cuanto edificio alcanza a ver.

Cuenta Jose Alberto que con lo que gana en esta profesión le alcanza para vivir honradamente, continua diciendo que cuando se empiezan a sacar las pérdidas y ganancias apenas llega a los 400 pesos cubanos por día, aunque en bruto suelen ser unos 1000 pesos ( 33 euros aproximadamente). Sobre haber escogido esta profesión, explica el porque de su desición: “Yo tengo un grado superior en mecánica automotriz, pero la mecánica no se paga tan bien y son 3 hijos que mantener”. Definitivamente es un país que rompe esquemas. La otra cuestión que hace que no sea una profesión fácil es el combustible, en los últimos tiempos se ha encarecido estrepitosamente el precio del gasóleo. J. Alberto sobre esto afirma que a veces lo compra por fuera ( clandestinamente) pero en otras ocaciones va a las gasolineras y lo compra a sobreprecio. Si en la calle está a 7 lo compras en 10......pero en realidad el precio oficial es poco más de 1. El dependiente de la gasolinera se lleva buena tajada del combustible que vende. Como todo en Cuba, en la profesión de taxista se encuentran la versión extraoficial y la oficial.
Para hablar de los taxis oficiales del estado se puede hacer una pausa diciendo que son fáciles de identificar. Suelen ser coches modernos de color amarillos o que llevan dibujados los logos de las empresas estatales que los administran. Tambien tienen su propia rama del mercado, estos se dedican exclusivamente a la cacería de turistas en los hoteles. Dado que tienen el cartel luminoso de taxi en la parte superior y es obligado el uniforme, pues los turistas son mucho más confiados. Con suerte los encuentras con aire acondicionado, pero eso seria demasiada suerte, además de que cobran un poco más que los que carecen de climatización. El precio nuevamente lo ponen ellos, los taxímetros son un mero ornamento del automóvil. Negocian el costo del servicio casi siempre a su favor, más de un visitante tonto paga algo más de la cuenta por los traslados.

Un caso muy curioso es la existencia de taxistas clandestinos. Hablamos de particulares que escondidos del estado y sus impuestos se dedican a recorrer los centros nocturnos capitalinos en busca de necesitados de transporte. Montarse en uno es fácil, lo complicado es conseguir un buen precio pues lo ponen a su antojo y solo aquellos avispados regateadores pueden llegar a acuerdos justos. Fuera de las discotecas habaneras encontramos todo tipo de vehículos que a su alrededor aglutinan a estos noctámbulos sedientos de clientes que también se hacen llamar taxistas. A la vez todos gritan: “ taxi, taxi, para donde va amigo? ”. Ninguno tiene licencia para ejercer y aprovechan el amparo de la noche para evadir los impuestos y ofrecer servicios de taxeo. Juegan con la ventaja que en el país las posibilidades de conseguir transporte público, a buen precio, desaparecen en la noche; realmente son casi inexistentes tanto de noche como de día, los autobuses siempre van saturados. El perfil de estos “chacales” suelen ser jóvenes entre los 20 y los 35 años, mayormente desempleados. Uno de ellos, que se identifica como Pepe, cuenta que “ya no hay buenas noches. Lo máximo que se pueden hacer son 20 dolares(17 euros), mas o menos lo mismo que por el día”.Pepe señala un Lada, un coche ruso muy de moda en Cuba durante el amparo del gigante soviético, ahora como se dice en la calle “ se usa para resolver el pan de cada día”.

Un país detenido en el tiempo, con los mismos autos que antes de la revolución eran la última moda y ahora son prueba de la gran mecánica callejera de un país. Montones de chatarra rodantes que dan de comer a familias enteras. Taxistas clandestinos que negocian los precios. Taxistas honrados que con un clavo y un martillo logran echar a andar su máquina. La próxima vez que diga “taxi!”, recuerde que existen góndolas, bicicletas, carros tirados por animales y también almendrones.

(Boris Canto Bravo de origen cubano, es estudiante de periodismo en Madrid.)