He querido, en estos primeros recuerdos que escribo sobre mis años en la televisión cubana, mencionar en la medida que mis posibilidades lo permitan, a quienes considero sus protagonistas. Esta fue la razón por la que comencé evocando los nombres de las personas que conocí en los primeros momentos y creo no haber sido justo dejando sin mencionar a aquellos con los que compartí el trabajo directo en la oficina de la administración técnica del canal 6. Hablo de María Magdalena Martínez Lora, mi encargada de personal, de Julieta la secretaria, Carlos Prieto Ortega, mi auxiliar de contabilidad y los choferes que teníamos en la sección Leonardo García y Noel.
Las aéreas que atendíamos desde la dirección técnica eran bastantes y no todas se encontraban dentro del edificio de Radio Centro, pero antes de salir me gustaría darme un saltico en mis recuerdos por el departamento de electricidad, donde trabajaban por aquellos años, Guillermo Pagés, el chino Borroto, Mordoche (sobrino) y otros que no alcanzo a recordar sus nombres. Todos ellos dirigidos por Ernesto Fuster Pomar.
Saliendo a la calle justo debajo del Restaurante El Mandarín, por la calle 23, estaban en el sótano las maquinas de aire acondicionado también atendidas por técnicos nuestros y a quien más recuerdo y siempre con una simpatía muy especial es a uno de ellos, tal vez el más experimentado y que más años llevara en la actividad, hablo de Rubén Rodríguez Lebrígio.
De Mazón y San Miguel recuerdo al ingeniero Jorge Correoso quien atendía el estudio de grabación y recuerdo también el departamento de ingeniería donde trabajaban los ingenieros Armando Pubillones, Pedroso y Benito Rey Martínez, entre otros. Estos fueron los encargados de crear e innovar elementos como el reloj digital que se veía en la pantalla de los televisores, o el telepronter, equipo que le hacía más fácil el trabajo a los locutores en cabina al poder leer los textos sin tener que bajar la vista a un papel escrito.
Pero si una instalación recuerdo en especial es donde se ubicaban los estudios 14 y 15 del edificio Focsa, atendidos por un grupo de técnicos dirigidos por el ingeniero Jorgito Martínez. Desde allí se grababan o transmitían en directo los programas más importantes de la televisión, como telenovelas, teatros y musicales entre muchas otras programaciones. Era mi lugar preferido, donde podía perderme horas si podía, porque allí se respiraba en todo su conjunto el funcionamiento de la televisión.
He querido dejar para lo último de esta evocación, el departamento de Video Tape del canal 6 de la televisión, pero para ello tenemos que regresar nuevamente al edificio Radio Centro, entrando por la calle M y subiendo hasta el cuarto piso. Allí teníamos el taller donde trabajaban los técnicos entre los que recuerdo a Rodolfo Martín, Pedro Márquiz, Rolando Hevia, el flaco Ayala y a quien por entonces dirigía el departamento y con quien compartí una estrecha amistad, el ingeniero Armando Mesa Arco. Especial recordatorio a Ladrón de Guevara y José Antonio Seco, ambos ingenieros, por la complicidad de carácter y buen humor que establecimos. También recuerdo al ingeniero Portuondo, que a su regreso de una misión se hizo cargo de la sección de Post-producción, de reciente creación. Fue precisamente en este departamento de Video Tape, donde comencé a aprender verdaderamente la televisión, era la única área en que los creadores necesariamente tenían que ser técnicos en electrónica. Me refiero a los editores de video tape, y técnicos de post producción, de los que recuerdo algunos por sus nombres, de ellos puedo mencionar a Lupe del Pino, Ileana Llorente, Milagros Dugués, Ramoncito, Armando Galindo, con quien establecí una estrecha relación de amistad. Rudy Mora, devenido después gran realizador y a Jorge Olivera Castillo, entre otros.
Por supuesto que son muchos los técnicos y editores a los que no he logrado poner nombre a sus rostros, pero de cualquier manera, todos y cada uno, jugaron un papel muy importante en ese interesante e intenso pedazo de mi vida.
En general cuando evoco aquellos intensos años los recuerdos se agolpan en mi mente queriendo aflorar todos a la vez, por lo que trataré de ir ordenándoles y dando salida a cada uno de ellos.
Considero desde lo personal que aquella posibilidad de conocer un mundo tan fascinante como la televisión, el cual me abriera un día allá por los comienzos del año ochenta y tres, mi amiga y vecina Rosita, a quien conocí por Odalys Cabrera la madre de mi hija Dianne, fue todo un privilegio y a la vez fuente de conocimiento, a la vez que de posibilidades únicas, tanto en las relaciones personales, como en la experiencia de compartir de cerca con las figuras más destacadas de aquel medio de difusión del que cualquiera como yo se sentía orgulloso integrar.
En aquel mundo todo me parecía mágico, fuera invierno o verano, épocas de fiestas o tristes acontecimientos, dentro de aquel edificio el tiempo se vivía de una forma diferente, al menos así lo experimentaba. Tal vez mi inquieto andar de un lugar para otro constantemente haya despertado por aquellos años ya que lo mismo se me podía encontrar en un taller de algunos de los estudios, que en la planta de aire acondicionado, caminando por los largos e interminables pasillos , bajando y subiendo escaleras, sentado frente a los televisores por los que se controlaba la calidad de las transmisiones, o conversando con Tony en tele cine mientras preparaba la cinta de la película que correspondiera transmitir.
En los corredores, frente a los ascensores o en las escaleras, siempre encontrabas a alguien con quien detenerte a intercambiar alguna información o simplemente el saludo, ese constante movimiento dentro de aquella estructura le daba un toque muy especial al día a día. Contrastando con el disciplinado y respetuoso silencio dentro de los estudios cuando se grababa o salía en directo algún programa.
Pero nada podía brindarme mayor satisfacción que las noches de guardia en el canal, cuando bajaba a los estudios muy entrada la madrugada para compartir el café con los pintores y tramoyistas, en especial con mi amigo Isaac Espinosa, en aquel ambiente impregnado de fuerte olor a pintura e interrumpidos únicamente por el sonido de los martillos que aseguraban las fantásticas obras de arte creadas para dar la ilusión de realidad a quienes sentados frente al televisor disfrutaran del resultado final de aquel arduo trabajo.
Creo que era necesario que hiciera esta, tal vez extensa introducción, antes de dedicar mis recuerdos a las anécdotas que atesoro de aquellos años y que quisiera compartir con quienes las lean. Ya preparado el terreno, en próximas crónicas así lo haré.