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jueves, 28 de febrero de 2013

Entre sinónimos, debe estar la verdad.

Por Oniel Moisés.

Desde muy pequeño sintió una admiración muy especial por todo lo relacionado con España. En la casa donde vivía, había una biblioteca, donde los estantes muy ordenados atesoraban centenares de  libros que en lo personal le fascinaban. En ellos podía conocer en profundidad la cultura, las costumbres y la historia de la que desde entonces ya asumía como “La Gran Madre Patria.” Aprendió a leer hojeando las inmensas, pesadas y muy bien ilustradas enciclopedias que le hablaban de España y en aquel libro encuadernado en piel marrón y letras doradas llamado Don Quijote de la Mancha. Donde quedó prendado por la hidalguía del caballero, aún cuando rozaba la locura. Le fascinaba la  historia y leyendo a Cervantes pudo crear en su imaginación un modelo de español que algún día tendría la suerte de conocer en tierra ibérica.
Pasado muchos años, aquel deseo se hizo realidad, conoció España muy de cerca, al punto de tomar la decisión de vivir en ella, tal vez en el  momento más crucial de su vida. Transcurridos casi diez años desde entonces, sigue estando fielmente enamorado de Madrid y sigue siendo un eterno admirador de cada rincón de la geografía de este gran y hermoso país. Pero sucede hoy, que todo aquel idílico paraíso donde un día comenzó a echar raíces, empieza a desmoronarse bajo sus pies. El mito de la hidalguía se va empañando cada día ante la cruda realidad que le toca vivir y compartir con millones de conciudadanos.
España se rompe bajo sus pies, y le duele porque se siente parte de ella. Aquí ha sido acogido como un hijo más, aquí tiene sus amigos y familia, aquí ha desarrollado proyectos, cumplido sueños, vivido realidades. Pero hoy le revuelve la más desagradable de las pesadillas. España se hunde bajo sus pies y le arrastra hacia un vacio profundo y oscuro,  toca fondo golpeando su cuerpo bruscamente contra la tierra húmeda, exhausto queda tendido boca arriba. En lo alto, donde comenzó la caída, ve luz y distingue rostros, entre ellos, alguien ríe hasta convulsionar y en la  frente a duras penas,  puede leer que lleva grabado a relieve y con letras de oro el nombre:”Ignominia.” 
A una orden del poderoso, los serviles seguidores le apedrean. Doña Desvergüenza y Doña Infamia alientan a sus hijos Deshonor y Descredito a que le escupan, mientras Doña Deshonra ayudada por su esposo Don Demerito carga una pesada piedra para lanzarla con todas sus fuerzas hacia abajo, entretanto la señorita Deshonra vacila, pero al final también se suma al ultraje.
Apenas sin fuerzas se levanta y descubre que no está solo, en la caída le acompañaron otros que ya están en pie y que cubren sus cuerpos de la avalancha con improvisados escudos. Le anima saber  que está a cubierto y que podrá resistir aquel irracional ataque.  Mientras,  a su lado, una mujer llamada Vergüenza, arenga a sus hijas Dignidad, Ética y Honor a comenzar el ascenso hacia la luz usurpada  y un hombre llamado Derecho advierte que conoce de una salida por la que podrán llegar, tal vez no más rápido, ni más  directo a la superficie, pero si más seguros. Y arriba les espera su hijo Unión, quien les ayudará a escapar del mal momento.
Sobresaltado despierta de su pesadilla y se descubre sosteniendo estrujado entre sus manos el periódico del día, mientras afuera, en el patio de la casa, su hija  Esperanza juega sin más preocupaciones, con Futuro el pequeño hermanito, quienes al llamado de su madre Doña Nación, corren a abrazarse  a este, su padre, el buen hombre llamado Victorioso, quien enjugando la lagrima que comienza a correr por su mejilla les promete que hará todo lo que esté en sus manos para garantizar que en su casa “Villa Estabilidad” reine la paz por muchos años.

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