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miércoles, 30 de marzo de 2011

La Barbacoa.


El termino barbacoa en Cuba lo asociamos con un entrepiso que se construye, fundamentalmente en la capital, para ampliar las posibilidades de espacio físico en la vivienda. En tiempos del descubrimiento de América, nuestros aborígenes usaban un tipo de construcción hecha en madera rustica, sostenidas por troncos de madera levantadas del piso a una altura considerable que los protegía del ataque de las fieras, y a estás construcciones le dieron el nombre de barbacoas.

Construir una barbacoa en Cuba siempre ha sido todo un acontecimiento, regularmente se planifica para un día no laborable y acuden al llamado del beneficiado todos los familiares y amigos, los que asistirán en mayor o menor cantidad, según sea el material a usar. Cuando hablo de material me refiero a que la barbacoa puede ser de madera o de cemento, si es de madera serán menos los que participan en su construcción, ya que es un carpintero con sus ayudantes quienes llevan la voz cantante, pero si es de placa, como decimos a la barbacoa de cemento, ya se necesitan más brazos para fundir, o mejor dicho para virar mezcla.

A mi me tocó en suerte hacer una de cada, la de madera que no fue tan difícil, porque ahí solo tuve que ayudar a Benito el carpintero, un verdadero especialista en esto de cortar y clavar. En la de placa ya la cosa fue diferente, llevó un proceso largo y complicado donde había que cumplir algo así como un ritual inviolable, para ello pasé más de un mes de llegar del trabajo, ponerme la ropa de campaña y meterme en la construcción. En principio la casa tenía una sala, comedor, una cocina y el patio, todo esto ubicado en la parte derecha, a la izquierda dos habitaciones y el baño. Pues imagínate que de una casa queríamos hacer dos, o sea, una encima de la otra, menuda tarea. ¿no?

De aquellos años “encofrar” es una palabra que de solo escucharla me da yuyo, porque suena a algo bonito y artístico, pero en realidad es una tarea de titanes y hacerlo en las condiciones que me tocó a mi, es como para recordarlo toda la vida. Construir la armazón en madera donde se depositará posteriormente el cemento fundido para hacer las columnas y las vigas de soporte del piso, en condiciones normales debe ser fácil, pero cuando te falta una cosa y la tienes que sustituir por otra, la madera no te alcanza, los clavos no atraviesan la gruesa tabla de bagazo de caña prensada, el alambre que conseguiste no aguanta la presión que das en cada vuelta de apretón con el alicate y se parte, y se parte, ya te quisiera ver. “Tirar la zapata” que no es otra cosa que abrir huecos lo más profundo posible donde se apoyen las columnas de cemento, también se las trae, ahí me acordé de mis antepasados los indios que inventaron la coa, que en nuestros tiempos es una de barra de hierro terminada en punta plana, que sirve, por supuesto, metiéndole con todas tus fuerzas, para romper las duras piedras y rocas sobre las que se construyo aquella casa en la Habana.

“Fundir” ya es harina de otro costal, ese es el día de fiesta, es cuando aparecen los refuerzos pero…( siempre hay un pero), si hay ron y comida ¡uff !, sin estos ingredientes no se que decirte, creo que te quedas solo. Esa noble tarea de fundir consiste (y quede claro que estoy hablando por lo que me tocó a mí, si otros han tenido mejor suerte y me refiero a que si pudieron conseguir un trompo para mezclar el cemento, felicidades) en hacer en la calle dos largas filas de hombres, unos frente a otros, como gladiadores en circo, que armados de palas se dan a la tarea de virar incasablemente el cemento, arena, piedra y agua hasta hacerlas una mezcla consistente que depositadas en cubos van subiendo hasta el lugar donde se construye la barbacoa de placa.

Por eso cuando escuchaba decir a alguien que tenia que hacer una barbacoa, me entraba el diablo en el cuerpo, y hasta sentía pena por el “desgraciado” que le tocaba esa “desgracia”. El hecho de irme a vivir a Argentina me alejó de aquel termino con el que dejé de relacionarme hace ya algunos años, hasta mi llegada a España en que unos amigos me invitaron para ir un domingo a Aranjuez para hacer una barbacoa, ¡mira que  me dieron deseos de escaquearme, venderles el cajetín, hacerme el sueco, pasarme con fichas, inventarme una enfermedad, cualquier cosa para no tener que ir a aquella invitación, más la suerte estaba echada y no podía quedar mal con ellos.

Algo que me llamó la atención fue que en pleno mes de Junio, con un calor agobiante quedáramos para hacer la barbacoa a las dos de la tarde, pero bueno, costumbres son costumbres, así que me fui a Aranjuez no sin antes colocar en el baúl del coche una muda de ropa vieja, botas de trabajo, un par de guantes y por supuesto, al mejor estilo cubano, una botella de ron Varadero Añejo 7 años, ¡pá calentar!.

Llegué temprano y otra cosa llamó mi atención, es que al poco rato llegaban los otros amigos, acompañados de sus mujeres e hijos y que después de los saludos nos sentamos en el patio donde la dueña de la casa avivaba el fuego de lo que en Argentina conocí como “parrilla”, donde estaban colocados en riguroso orden, chuletones, morcillas, chorizos y pollos, para entonces  Paco mi amigo nos invitaba a que tomáramos lo que quisiéramos que íbamos a empezar la barbacoa.

Me levanté y salí a donde estaba estacionado el coche para coger la ropa de trabajo que había llevado para la ocasión. De regreso con la bolsa bajo el brazo pregunté a Paco por el baño donde cambiarme, un poco sorprendido me miró y sin decirme  otra cosa me indicó el lugar. Allí me fui y luego de un rato regresé al patio listo para el combate. Los presentes me miraron un poco extrañados de aquella vestimenta, justo en el momento en que Elisa llamaba a los invitados para que se acercaran a ella con el plato que Paco les iba entregando a cada uno. Yo pensaba que aquello era mucha comida para luego ponerse a trabajar, así que me acerque a Paco y le dije por lo bajo que prefería comer después que termináramos la barbacoa. Me miró más sorprendido aún que cuando le dije de cambiarme de ropa y me preguntó a cuál barbacoa me refería, por supuesto que yo tenía en mi mente que la barbacoa que íbamos a hacer aquel día era un entrepiso de su casa. Con los ojos abiertos por la sorpresa que le causó mi respuesta me agarró por el brazo y me arrastró hacía donde estaban los dorados y olorosos trozos de carnes a granel cocinados a fuego lento por pequeñas brazas de carbón natural, sobre la parrilla de hierro a la que señalando con el dedo índice me dijo “esta es mi barbacoa y ¿la tuya cual es? …se quedó esperando mi respuesta porque la vergüenza de mi confusión la escondí en un suculento y apetitoso trozo de pollo del que devoré hasta los huesos.
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